26 ottobre 2006


La leyenda cuenta que Ascanio, uno de los hijos de Enéas, fundó la ciudad de Alba Longa. Uno de sus descendientes, Rómulo, fundó Roma en 753 a.C. a unos veinte kilómetros de Alba Longa, en un paso del Tíber, justo sobre la colina palatina. Hoy sabemos que Rómulo no pudo fundar Roma a mediados del siglo VIII a.C. por la sencilla razón de que Roma existía ya desde mucho antes. ¿Desde cuándo? Posiblemente desde el siglo X a.C. Cada vez suenan más altas y fuertes las teorías que apuntan al cataclismo poblacional que siguió a la guerra de Troya (ver el especial que le dedico en esta web al tema) como causa de las migraciones que desde Oriente llegaron hacia esta oscura y fascinante época histórica a Italia. Muy posiblemente los etruscos fueran de origen oriental, quizás una escisión de los shardana, componentes de los Pueblos del Mar (ver el especial sobre Troya) y que poblaron Cerdeña. Lo cierto es que en la zona en la que se asentaría Roma, la orilla este del Tíber y las colinas, ya había asentamientos humanos. También sabemos que los micénicos tenían un constante comercio con el sur de Italia y Sicilia, como demuestra la cerámica hallada. ¿Intervinieron en aquella zona de la Italia prehistórica elementos micénicos o troyanos? Probablemente sí. ¿Hubo fusión o conquista? Pues ésta es la pregunta del millón. La leyenda de la fundación de Roma está tan empapada en sangre que se nos antoja que sea el recuerdo histórico de hechos reales transformados después en un mito convenientemente aderezado con leyendas y fantasías. Un recuerdo transmitido de generación en generación por medio de la tradición oral que en numerosas ocasiones ha mantenido viva la memoria de los pueblos a través no ya de los siglos ¡sino incluso de los milenios!